Cuando se trata de salud mental en el trabajo sexual, en Perú existen dos realidades diferentes. Por un lado, se está fortaleciendo la atención pública en salud mental, pero, por el otro, el estigma persistente hacia este colectivo sigue condicionando el acceso real a las trabajadoras del sexo pago a estos servicios.
A finales de 2024, el Ministerio de Salud (Minsa) informó que existían 288 Centros de Salud Mental Comunitaria (CSMC) activos en el país, una cifra que aumentó a 291 CSMC en mayo de 2025. Sin embargo, la discriminación y el miedo al señalamiento social siguen siendo los principales motivos por los que muchas trabajadoras sexuales prefieran prescindir de esta ayuda, tal y como advierten diferentes entidades del colectivo.
Al igual que otros países de América Latina, el debate sobre la salud mental de las trabajadoras sexuales se mueve en un contexto donde la vulnerabilidad no solo es a nivel sanitario, sino también laboral y social. Y las consecuencias psicológicas del estigma, la inseguridad y la precariedad son cada vez más visibles.
¿Cómo impacta psicológicamente el trabajo sexual?
Más allá de la actividad en sí, el impacto emocional que tiene el trabajo sexual viene condicionado por el entorno de exclusión y desigualdad que lo acompaña. La carga mental de ejercer con discreción o en la clandestinidad, enfrentar el juicio social y vivir con la constante presión por mantener la estabilidad económica, sobre todo cuando se tienen personas a cargo, genera un ciclo de estrés que, con el tiempo, suele derivar en cuadros de ansiedad o depresión.
Por lo tanto, las trabajadoras del sexo en Perú suelen vivir bajo una doble presión: proteger su integridad física en contextos de riesgo y sostener una identidad estigmatizada ante el resto de personas.
El estrés y la ansiedad, consecuencias de la doble carga
El estrés y la ansiedad se manifiestan como respuesta a la constante exposición a ambientes inseguros, al miedo al señalamiento y a la discriminación. Además, la necesidad de ocultar la actividad frente a la familia o el entorno social incrementa la tensión emocional.
Este doble frente laboral y social termina afectando al descanso, la alimentación y la concentración, deteriorando el bienestar mental general. Asimismo, la ansiedad prolongada también se relaciona con síntomas psicosomáticos como dolores de cabeza, fatiga y dificultad para conciliar el sueño.
La depresión, el aislamiento y el agotamiento emocional, casi inevitables
Un estudio publicado en la revista Anales de la Facultad de Medicina de la Universidad Nacional Mayor de San Marcos identificó síntomas depresivos en el 56,4% de las trabajadoras sexuales encuestadas, con depresión severa en el 23,9% de los casos.
Estas cifras reflejan una tendencia que va más allá de los diagnósticos puramente clínicos: la soledad, la invisibilidad y la violencia generan un desgaste psicológico profundo. Y esto suele derivar en aislamiento, falta de autoestima e incluso adicciones, convirtiéndose en un problema de salud serio.
El peso del estigma social y la discriminación, también presente
El estigma actúa como una forma de violencia que refuerza el impacto psicológico del trabajo sexual. Según un informe realizado en 2023 por la Organización Internacional para las Migraciones (OIM) muestra que, en Lima, muchas personas en situación de trabajo sexual enfrentan exclusión y violencia institucional. Una realidad que limita su acceso a salud, justicia y protección social.
Este circuito de vulnerabilidad genera un estado constante de alerta y autodefensa, que intensifica la ansiedad y dificulta la recuperación emocional de forma consciente. Además, el miedo a ser juzgadas o registradas sin confidencialidad impide que busquen ayuda profesional.
Ante la vulnerabilidad psicológica, las redes de apoyo
Frente a este entorno hostil, las trabajadoras sexuales encuentran mecanismos de resistencia en su día a día, así como refugio en redes de apoyo, espacios seguros y solidaridad entre iguales.
Así, colectivos como RedTraSex Perú organizan talleres de salud mental, asesorías legales y encuentros comunitarios que fortalecen la autoestima y fomentan el autocuidado. Unas iniciativas que la gran mayoría de las veces están impulsadas por las propias trabajadoras y que sirven de puente entre la comunidad y los servicios públicos.
El acceso a salud mental en el sistema peruano está, pero no es pleno
Si bien se ha mencionado al principio, la expansión de los Centros de Salud Mental Comunitaria representa un avance en cobertura en Perú. Sin embargo, aún no garantiza la inclusión plena para grupos vulnerables como el presente. Además, persisten obstáculos estructurales, como los tiempos de espera prolongados, la falta de sensibilización del personal y la ausencia de protocolos específicos para trabajadoras sexuales.
Las propuestas del sector apuntan a tres ejes clave: capacitación del personal de salud en enfoque de derechos, rutas de derivación seguras y confidenciales, y alianzas entre instituciones públicas y organizaciones de trabajadores sexuales para fortalecer la confianza y el acceso a los servicios sanitarios.