Uno de los factores directamente relacionados con el trabajo sexual mexicano es el flujo migratorio que atraviesa el país. La migración interna de mujeres indígenas de las comunidades rurales y la migración externa procedente de los países del centro y el sur de América convergen en las ciudades fronterizas del norte como Tijuana, Ciudad Juárez o Mexicali. Unos territorios se convierten en espacios de oportunidad, pero también en zonas de riesgo donde la pobreza, la violencia, la desigualdad y el turismo sexual se viven a diario.
Como veremos más adelante, las mujeres indígenas suelen llegar a la frontera tras haber enfrentado precariedad laboral, discriminación y violencia. Y una vez allí, la falta de opciones y la exclusión del mercado formal empujan a muchas de ellas hacia el trabajo sexual como método de supervivencia. Y es que este fenómeno no es marginal, sino que se trata de una parte estructural de las dinámicas fronterizas.
Entendiendo la migración interna: del campo a la frontera
La migración de mujeres indígenas hacia ciudades del norte responde a factores económicos y sociales. En estados como Chiapas, Oaxaca o Guerrero, la pobreza extrema, la ausencia de laburo y la violencia de género generan condiciones que fuerzan a miles de mujeres cada año a huir de ello. Es por ello que la frontera norte representa la promesa de mayores ingresos, pero también un destino incierto.
Una vez llegadas a ciudades como Tijuana o Ciudad Juárez, la realidad laboral suele estar marcada por la informalidad. Muchas de ellas encuentran obstáculos extra debido a barreras lingüísticas, el racismo y la falta de documentación. Por lo tanto, ante la imposibilidad de acceder a empleos formales, el comercio sexual aparece como una alternativa inmediata para generar ingresos.
La migración externa y el turismo sexual
Además de las mujeres que migran internamente, las ciudades cercanas a la frontera también reciben un flujo constante de mujeres migrantes de Guatemala, Honduras, El Salvador, Venezuela y Colombia. En estos casos, el cruce entre movilidad forzada, violencia y precariedad económica se suma al impacto del turismo sexual, especialmente en Tijuana.
En este caso, la presencia de clientes extranjeros alimenta dinámicas de explotación sexual, precariedad y vulnerabilidad, afectando tanto a trabajadoras locales como a migrantes.
La violencia estructural y el crimen organizado en las ciudades fronterizas
La presencia de grupos criminales y las redes de trata que operan aprovechando la vulnerabilidad de mujeres migrantes, especialmente indígenas, atraviesan el trabajo sexual en territorio norte del país. Allí, se puede decir que la frontera funciona como un corredor donde se mezclan el tráfico de personas, la violencia armada y la ausencia de protección social por parte del Estado.
En encuestas realizadas por la Brigada Callejera (2022) en zonas de tolerancia de Tijuana, más del 60 % de las trabajadoras sexuales indígenas reportaron haber migrado exclusivamente por falta de ingresos y más del 40 % mencionó haber sufrido violencia en el trayecto.
De acuerdo con la Brigada Callejera, una proporción significativa de las trabajadoras sexuales en la zona norte ha sufrido algún tipo de violencia, extorsión o cooptación por parte de estas redes criminales. Además, otros reportes indican que en ciudades como Ciudad Juárez, las mujeres indígenas suelen enfrentar una doble discriminación: por su origen étnico y por su ocupación.
Sumado a esta realidad están las múltiples capas de estigmatización que experimentan las sexoservidoras indígenas. Los prejuicios asociados a su origen étnico limitan su acceso a servicios básicos como el de salud, vivienda o justicia. Además, enfrentan la criminalización social del trabajo sexual, que aumenta su invisibilidad y dificulta la denuncia de abusos.
Una realidad compartida en otros países en América Latina
La combinación de migración, pobreza y comercio sexual indígena no es exclusiva de México, pues países como Guatemala, Perú y Colombia presentan dinámicas similares. Allí, las mujeres de comunidades rurales e indígenas suelen migrar hacia ciudades fronterizas o turísticas buscando mejores ingresos.
- En Guatemala, mujeres maya q'eqchi' y kaqchikel migran hacia la frontera con México o Belice, incorporándose al trabajo sexual ante la falta de alternativas económicas.
- En Perú, mujeres quechua y aimara se desplazan hacia ciudades como Tacna o Juliaca, donde el mercado sexual crece de forma paralela al comercio transfronterizo.
- En Colombia, mujeres wayuu y de comunidades amazónicas migran hacia zonas con alta presencia de turismo sexual, especialmente en la frontera con Venezuela.
Por lo tanto, estamos ante una tendencia donde la migración forzada a causa de la pobreza, la violencia y la discriminación empuja a miles de mujeres indígenas hacia lugares donde el trabajo sexual se convierte en una de las pocas opciones viables.
Así, comprender estas dinámicas no implica romantizar ni estigmatizar, sino visibilizar un fenómeno donde la frontera opera como punto de encuentro entre la economía informal, el crimen organizado, la movilidad humana y el turismo sexual.