La relación entre cultura y sexualidad en Colombia es inevitable, pues es el reflejo de una sociedad marcada por tradición y modernidad, religión y deseo, moral y poder económico. Todos estos contrastes conviven en un contexto donde la figura femenina ha sido objeto de admiración, control y comercialización.
Y es que el cuerpo de la mujer colombiana ha adquirido un valor simbólico, convirtiéndose en un icono cultural y mediático. Y el origen de todo ello se sitúa en la influencia del machismo, la narcocultura y la reciente expansión del turismo sexual.
Las herencias culturales del machismo en la sociedad colombiana
En Colombia, el machismo no puede entenderse como un fenómeno aislado, sino como el resultado de una larga herencia cultural. Concretamente, las raíces coloniales y las católicas han ido moldeando los roles de género, donde el hombre representa la autoridad y la mujer el cuidado doméstico.
Y es que, a pesar de los avances sociales y del crecimiento del movimiento feminista, aún persisten estructuras patriarcales que validan las actitudes de control, celos y dominación. Un pensamiento colectivo que se refuerza desde la cotidianidad, a través del lenguaje, el discurso de los medios de comunicación y la educación. De esta manera, se siguen reproduciendo expresiones que refuerzan la idea del hombre protector y la mujer sumisa.
Cabe destacar que estos patrones son aún más evidentes en las zonas rurales de Colombia, aunque las ciudades también mantienen formas sutiles de desigualdad bajo discursos de modernidad.
El poder de la narcocultura y la construcción del cuerpo femenino
Entre los 80 y los 90, la narcocultura redefinió los ideales de la belleza femenina en el país. En ese entonces, la figura de la mujer asociada a los capos del narcotráfico se convirtió en un modelo al que aspirar. Es decir, una mujer exuberante, con curvas, maquillada, vestida con ostentación y símbolo de estatus.
Este fenómeno se originó en Medellín, donde la cirugía estética comenzó a consolidarse como práctica social hasta el día de hoy. Las operaciones de aumento de pecho y glúteos pasaron de ser un lujo a convertirse en un estándar estético.
Fue en este contexto donde el cuerpo de las mujeres colombianas se transformó en una herramienta de ascenso social y se asoció al poder económico masculino. Así, la narcocultura consolidó un canon físico que perdura en la actualidad, así como una narrativa que vinculaba belleza con éxito y sumisión con privilegio.
El auge de las cirugías plásticas en la estandarización del deseo
Como consecuencia de la cultura del narcotráfico, Colombia se ha convertido en uno de los países con mayor número de cirugías estéticas a nivel mundial. Tanto es así que, según la International Society of Aesthetic Plastic Surgery (ISAPS, 2022), el país ocupa el cuarto lugar en el mundo en procedimientos estéticos, con más de 420.000 intervenciones registradas anualmente.
Como venimos exponiendo, este fenómeno no se limita al interés individual por verse bien, sino que forma parte de la propia cultura colombiana donde el cuerpo femenino tiene un gran poder simbólico. La presión social por alcanzar el ideal estético responde tanto a las expectativas locales como a la propia globalización de la belleza.
De hecho, en grandes ciudades como Cali o Medellín, la cosmetología y la cirugía plástica es vista como una inversión en éxito y aceptación, pero no está exenta de consecuencias a nivel psicológico y médico. En definitiva, la estandarización del deseo a través del físico refuerza una cultura donde la validación externa es más importante que la identidad personal.
Las narrativas culturales y su contribución en la hipersexualización
Los medios de comunicación, las telenovelas e incluso la música urbana también han contribuido a la hipersexualización de la mujer colombiana.
En la televisión, esto se refleja en la vestimenta y los atributos físicos de las presentadoras de informativos o de los programas de entretenimiento. También, en los personajes femeninos de las series, que normalmente son representados como manipuladores o seductores, reforzando así los estereotipos de género.
Por otro lado, en géneros musicales como el reguetón o el pop tropical, los videoclips muestran cómo la sensualidad se convierte en un atributo obligatorio, donde ellas son la definición visual de la sensualidad y ellos están rodeados de poder. Además, en las propias letras de las canciones se realzan todos estos ideales. Sin embargo, en los últimos años algunas artistas nacionales emergentes, como Karol G, desafían estos patrones al reivindicar el control del cuerpo y el deseo desde el empoderamiento femenino.
Finalmente, en redes sociales esta dualidad cultural se amplifica, es decir, mientras persiste la hipersexualización de la mujer, también crece un discurso crítico que promueve la diversidad y la autonomía corporal.
Tendencia en auge: la sexualidad colombiana como imán turístico
En los últimos años, el país también se ha convertido en un destino reconocido por el turismo sexual, un fenómeno complejo porque combina factores económicos, culturales y sociales.
Según el análisis de Colombia Reports, el debate sobre este tipo de turismo refleja una tendencia ambigua a nivel nacional. Es decir, aunque el comercio sexual se condena moralmente, esta práctica se tolera socialmente a través de las zonas de tolerancia. De hecho, en ciudades como Medellín o Cartagena, la línea entre prostitución local y turismo sexual extranjero se vuelve difusa.
Un informe de la ONG La Mesa de Trabajo Mujer y Conflicto Armado (2023) afirmó que cerca del 4 % de las mujeres que ejercieron el trabajo sexual en zonas turísticas del Caribe colombiano en ese año tuvieron clientes extranjeros.
Aunque es difícil obtener datos específicos, estas dinámicas evidencian cómo la hipersexualización del cuerpo femenino también está normalizando la oferta sexual como parte del atractivo cultural colombiano.
Entre tradición y cambio: una mirada crítica sobre cultura y deseo
Como se ha expuesto, la cultura sexual en Colombia es el resultado de herencias históricas, influencias globales y dinámicas sociales internas. Concretamente, el machismo, la narcocultura y los medios de comunicación han contribuido a crear una imagen hipersexualizada de la mujer, que aún perdura y que cada vez atrae a más turistas de todo el mundo. Sin embargo, las generaciones jóvenes, el feminismo, las redes sociales y los artistas femeninos emergentes cuestionan los modelos tradicionales y promueven un discurso más inclusivo.
Así, para comprender este fenómeno social hay que reconocer que el cambio cultural no solo depende de las leyes o políticas del país, sino también de una transformación profunda en la manera en que los colombianos miran y representan su propia identidad sexual. Un proceso gradual y que enfrenta resistencias, pero que está marcando un desplazamiento narrativo significativo.