Se habla mucho hoy en día acerca del “Empoderamiento”, de la mujer, del hombre, en el trabajo, en la escuela, en el ámbito de la sexualidad y las relaciones afectivas, entre muchas otras. Pero, ¿se sabe realmente lo que representa?
El concepto de empoderamiento
El concepto empoderamiento comenzó a emplearse en Latinoamérica en la década de los 60s, y surge a manos de un pedagogo, filósofo y educador oriundo del país de Brasil, Paulo Freire, quien sostenía la necesidad de que los grupos minoritarios, y a veces oprimidos, adquirieran conciencia y posibilidad de acción ante sus condiciones sociales.
Fue entre los años 1970 y 1980 que esta palabra se expandió y pasó a ser empleada por los movimientos feministas, por ejemplo. Y en 1995 el término fue consolidado a nivel internacional, fundamentalmente en lo que respecta a la equidad de género y la justicia social, a partir de la Conferencia Mundial de la Mujer en Beijing del mismo año.
Como menciona Silva Mora, en su investigación realizada en el año 2016, donde lleva a cabo un análisis extenso de teorías acerca del origen del concepto, este podría definirse como la posibilidad de dar autoridad o poder legal a alguien, ya sea en solitario o en grupo, posibilitando la autorrealización de dicha persona o conjunto. Agrega que, según la Real Academia Española, ese grupo o individuo tendría en principio una condición de desfavorecimiento en comparación con otros.
Esta definición, si bien se percibe acertada, marca en sí misma un sesgo presente no solamente en lo cotidiano de la cultura, sino que también parece replicarse en lo académico. El considerar que haya un poder, o una legalidad, que transmitir por parte de un individuo o un grupo, hacia otro, arroja luz sobre una situación de desigualdad estructural, donde uno sería el portador de cierta autoridad, capaz de entregarle de alguna manera esa autoridad a otro/s.
Por supuesto que esta no es una crítica a la teoría expuesta, sino un llamado de atención, ya que en tanto y en cuanto se continúe considerando que sea un tercero el que deba facilitar o proporcionar la posibilidad de autorrealizarse, esa capacidad nunca será propia del individuo o del grupo, ya que dependerá de la voluntad del “poderoso” de ayudar o asistir. En ese sentido, Freire (1973, citado en Silva Mora, 2016) afirmó al momento de difundir este concepto que no se trata de que el supuesto portador de poder o legalidad actúe por el grupo minoritario, sino que se piense con y desde el mismo, ya que nadie podrá evaluar mejor una realidad que aquella/s persona/s que la atraviesan.
Su implicancia en el trabajo sexual
En consonancia con lo anterior, cabe mencionar el trabajo de investigación de Vargas Rodríguez y Martínez Santis, publicado en 2023, donde se recopilan diversas investigaciones realizadas en países latinoamericanos que versan acerca de cómo las trabajadoras sexuales construyen para sí mismas procesos de empoderamiento a nivel comunitario.
Luego de un largo análisis, los mencionados autores concluyen que hay 3 niveles en los cuales puede estudiarse el empoderamiento en el sector laboral del trabajo sexual. El primero sería el nivel individual, donde se volvería esencial que las personas tengan una autoestima positiva sobre sí mismas -que valoren su propio esfuerzo, sus virtudes, y que en función de ello protejan su integridad-, sumado al reconocimiento de control sobre sus acciones, decisiones, y las consecuencias que estas conlleven, lo cual desembocaría, por ejemplo, en la posibilidad de que en las negociaciones con clientes tengan en cuenta que su trabajo es valioso, serio, y muy solicitado, y esto se refleje positivamente en las condiciones que impongan y en el valor del servicio.
El siguiente nivel es el comunitario, en tanto sería menester la organización de comunidades, redes interdisciplinarias y asociaciones donde se favorezca el acceso a recursos y el apoyo mutuo -por ejemplo, de salud sexual, salud reproductiva, medicina y prevención de enfermedades, salud mental, entre otras-, así como también la defensa de los derechos individuales y colectivos, logrando como consecuencia directa la reducción de vulnerabilidad de estos grupos.
Por último, el tercer nivel se refiere a lo político y social, debido a que la visibilización del trabajo sexual como una labor muchas veces elegida y tan valiosa como otros ámbitos laborales es necesaria para que se formulen políticas públicas tendientes a promover y avalar la protección y el respeto por toda persona cuya ocupación sea el trabajo sexual. Y que, a su vez, ayude a deconstruir el estigma que por lo general conlleva esta ocupación.
Sumando a lo anterior, los autores hacen énfasis en la importancia de la educación en la sociedad, ya que la existencia de formaciones, talleres y capacitaciones posibilita ampliar el conocimiento de las personas y favorece la reflexión ante temáticas que de otro modo no reciben el razonamiento necesario (Vargas Rodríguez y Martínez Santis, 2023).
¿Cómo se lleva el empoderamiento a la práctica?
Navarrete Gil et. ideas concretas de prácticas que pueden servir a la hora de intentar que el empoderamiento del sector del trabajo sexual sea realmente posible, así como también incluyen algunos desafíos que pueden asomarse en el camino. Cabe destacar que su observación se basó en situaciones de trabajadoras sexuales de la India y de América Latina.
De este modo, se encontraron con que en India, específicamente en Calcuta, los colectivos de trabajadoras sexuales crearon y emplearon programas informativos donde incitaban al uso del preservativo -se sabe que este no solo previene embarazos no deseados, sino que además es el único método de barrera contra las infecciones de transmisión sexual (junto al campo de látex, pero que puede ser “construido” con un condón en países donde no se consiguen), como la gonorrea, el herpes, el VIH, la sífilis, entre otras, que pueden llegar a ser mortales-. Gracias a esos programas, se redujo significativamente la incidencia de VIH en comunidades organizadas en torno a los mismos. Como si eso fuera poco, también crearon clínicas gestionadas por las mismas trabajadoras, donde se ofrecían servicios de salud sexual y reproductiva (1).
Sumado a ello, aseguran que, en América Latina, siendo mencionados países como Brasil y República Dominicana, las asociaciones conformadas por personas que se dedican al trabajo sexual han conseguido la aprobación de políticas públicas a través de acuerdos con ministerios de salud estatales y alianzas con otras instituciones públicas. En adición, lograron conformar brigadas comunitarias que acompañaban a las trabajadoras sexuales en el acceso a atención por parte de centros de salud y hospitales.
Los desafíos…
Como sería de esperarse, no todo ha sido color de rosa para los colectivos de trabajo sexual a la hora de buscar los beneficios que les corresponden y el respeto que merecen.
Acerca de esto, Navarrete Gil y colaboradores (2021) mencionan algunos desafíos que estas agrupaciones han tenido que atravesar, por ejemplo, el hecho de que, en muchos países, como los mencionados anteriormente, una porción de la sociedad aún criminaliza el trabajo sexual, dándole un tinte negativo a esta ocupación.
De la misma forma, existen todavía muchos prejuicios que favorecen el crecimiento del estigma social y cultural. Además, la falta de financiamiento para proyectos comunitarios.
Algunas ideas
Son Brunswig et. Al. (2025) quienes, mediante encuestas estandarizadas y entrevistas semiestructuras con personas que trabajan en el sector sexual, se han tomado el trabajo de proponer algunos factores que, en caso de darse e instalarse socialmente, podrían contribuir a la mejora del empoderamiento de este sector laboral.
Uno de estos factores se compone por la autonomía y la autoorganización, ya que la percepción de poseer el control sobre las condiciones de trabajo -horarios, valores/tarifas, clientes- está asociada directamente con una menor angustia psicológica, sumado a que la posibilidad de negociar de manera abierta y segura ayudaría a prevenir situaciones de violencia.
Destacan también la despenalización (legal y social) y el reconocimiento legal de la profesión, ya que el estigma social es, según los autores, una importante fuente de sufrimiento (Brunswig et. Al., 2025). Y, de haber reconocimiento legal, se facilitaría el acceso a condiciones estables como las de otros trabajos, ya sean seguridad social, contratos, jubilación, cobertura médica, entre otros, y políticas estandarizadas y de cuidado para los clientes a la hora de acceder este servicio. Está comprobado que esto podría mejorar la calidad de vida en general, ya que refuerza el sentido de dignidad personal y legitimidad laboral.
Finalmente, es esencial destacar el factor educacional, no solo para trabajadores sexuales a la hora de informarse en salud sexual, salud reproductiva, salud mental, negociación laboral, etc., -ya que esto promovería la posibilidad de exigir condiciones más seguras- sino que además es necesario que se realice educación en general a la sociedad, para reducir la discriminación y maltratos hacia las personas sexoservidoras. Un ejemplo que puede mencionarse es que Brunswig et. Al. se encontraron con que varias de las trabajadoras sexuales con quienes conversaron para su estudio afirmaban haber experimentado situaciones de discriminación en hospitales, simplemente por la profesión a la que se dedican (2025).
En conclusión, es fundamental que las personas que se dedican al trabajo sexual cuenten con este sentido de agencia personal y de protección a la hora de llevar a cabo su labor, pero también dependerá de un trabajo más amplio, ya que es necesario que las comunidades aprendan a respetar las decisiones de las demás personas, sin juzgamientos ni prejuicios, abriendo la puerta a volverse más inclusivas y menos maltratadoras.
Notas
1 - Erróneamente, “salud sexual y reproductiva” suelen emplearse en la misma expresión como si fueran interdependientes la una de otra. Hoy en día se sabe que la salud sexual es una, y la salud reproductiva es otra, y que han sido mencionadas en conjunto debido a creencias impuestas de antaño a través de distintas religiones y pautas culturales. Será tarea para otro escrito revisar, y deconstruir, dicha expresión.
Referencias
Brunswig, F., et. Al. (2025). Sex work stigma and psychological distress—A mixed-methods analysis of an international sample of sex workers. Sexuality Research and Social Policy. Advance online publication. https://doi.org/10.1007/s13178-025-01133-4
Navarrete Gil, C., et. Al. (2021). Best practices and challenges to sex worker community empowerment and mobilisation strategies to promote health and human rights. En S. M. Goldenberg, C. Brisson, & J. Shannon (Eds.), Sex work, health, and human rights (pp. 189–210). Springer. Recuperado de https://www.researchgate.net/publication/351172024
Silva Mora, J. A. (2016). Empoderamiento y fortalecimiento: significados en un posgrado en Psicología Comunitaria. Pontificia Universidad Católica del Perú. Recuperado de https://tesis.pucp.edu.pe/items/fe61a072-bae8-4d4d-aaf2-02ce9b5c7a7e
Vargas Rodríguez, D. M., & Martínez Santis, T. (2023). El empoderamiento comunitario en comunidades de trabajadoras sexuales de Latinoamérica: una revisión sistemática. Pensamiento Americano, 16(32), 1–17. Recuperado de https://doi.org/10.21803/penamer.16.32.625